El sismo de magnitud 6.7 ocurrido el pasado 16 de marzo en las
cercanías de Iquique nos volvió a recordar, una vez más, que somos un país
sísmico,...el más sísmico del mundo según lo afirman muchos sismólogos de gran
prestigio internacional. Este hecho no es precisamente algo que nos permita
celebrar, sino que por el contrario, es algo que nos debe mantener atentos,
preparados y educados sobre cómo enfrentar sus posibles impactos y
consecuencias, tanto por la destrucción que podría generar el propio sismo,
como también la inundación, y por cierto también destrucción, que podrían
generar las Olas (Tsunami) que dicho sismo generaría en los sectores costeros.

Recordemos que un Tsunami es una serie de olas causada por una
perturbación súbita que se produce en la columna de agua, tanto en superficie
como en el fondo de ella, que al llegar a la costa se amplifican pudiendo
causar destrucción. En este contexto, la caída de un meteorito (ocurrido en la
historia de la tierra), explosiones nucleares (ocurridas en el océano Pacífico,
con las pruebas nucleares efectuadas por las grandes potencias durante el
siglo XX), el deslizamiento de tierra en superficie o en el fondo marino (como el ocurrido en Aysén-Chile, el año 2007), o lo más frecuente y de mayor registro histórico,
que corresponde a la zona de ruptura entre placas tectónicas (en Chile se
encuentra una de las más activas del mundo, entre la plazca de Nazca y la placa
sudamericana), corresponden a causas que originan un tsunami.
Sin embargo, el sismo del pasado 16 de marzo en Iquique no sólo
nos recordó la característica sísmica de nuestro país, sino que también, y en
una mirada muy personal, lo poco educados y preparados que estamos como
ciudadanos,...tan sólo veamos qué pasó con las vías y caminos y los tacos
provocados por los atochamientos de vehículos tratando de salir de la zona de
inundación, sin duda, todo un caos; recordemos también, el pasado 11 de marzo
del año 2010, para el cambio de mando presidencial, y el caos que quedó en la
zona de Valparaíso. En este contexto, todavía nos falta mucho por aprender,
mucho por gestionar y preparar planes de riesgo y evacuación, que consideren
distintos escenarios, diurnos, nocturnos, vacaciones, periodos normales, etc.;
toda una gran tarea aún pendiente. Lo importante aquí es que a nivel familiar,
existan conductas, acciones o planes que orienten a cada integrante del grupo a
tomar medidas claras, concretas y seguras.

Un sismo de gran magnitud volverá a ocurrir en nuestro país, con
el consecuente gran tsunami; eso lo afirman ya hace mucho tiempo la mayoría de
los sismólogos del mundo, hay suficiente evidencia científica de ello tanto en
la zona norte del país, como en la zona central (el problema es que la ciencia
aún no es capaz de predecir a baja escala, no teniendo certeza de la fecha de
su ocurrencia) y, además, abarcará una larga extensión de tierra. Recordemos
que el evento del año 1960 abarcó un área de casi 1000 kilómetros de longitud
norte-sur generando un sismo de magnitud 9.5; y el del año 2010, una longitud
de casi 500 kilómetros, generando un sismo de magnitud 8.8.
Aquí considero muy importante destacar que la escala de magnitud
sísmica es logarítmica, por lo que la diferencia de tan sólo una décima en la
escala logaritmica no representa precisamente esa diferencia de energía y, por
lo tanto, el sismo 9.5 del año 1960 liberó mucho más energía que el sismo 8.8
del año 2010. Esto nos permite considerar que por mucho que se piense que un
sismo de magnitud 6, 7 e incluso 8 están liberando suficiente energía
disminuyendo la probabilidad que se genera un sismo de gran magnitud, lo cierto
es que esa liberación de energía es pequeñísima, respecto a un eventual sismo
de magnitud 9 o más que podría ocurrir.
El conocimiento, la educación, las actividades y acciones
preplaneadas y, por cierto, la calma, nos permitirán enfrentar este tipo de
eventos, si nos toca vivirlo una vez más durante nuestras vidas.
Cordialmente,
Director PSUB.
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